Esta pretende ser la historia de quince supervivientes en un mundo devastado y plagado de zombis. Los protagonistas son familiares y amigos míos que habrán de interactuar para llegar hasta el último capítulo. Pero, irremediablemente, algunos de ellos se habrán de quedar en el camino.
(Esta es una sinopsis patrocinada por Doxma)

23 feb 2016

06. DECISIONES

Sólo transcurrieron seis semanas entre el día en que su jefe la avisó  de la tragedia que se avecinaba y la noticia de los primeros casos de infectados en España.
Hasta ese fatídico momento, María José, dando la espalda a ese miedo latente  que pretendía invadir su ánimo cada día, mentalizaba a su familia para huir a algún lugar apartado, lejos de todo contacto humano.

- ¿Pero a dónde, a qué lugar?  - preguntaban nerviosas sus hijas.
- No lo sé, a la montaña, cualquier sitio sin gente cerca siempre será más seguro que quedarse aquí.
- ¿Y dónde dormiremos?
- Podemos llevarnos la tienda de campaña, y mantas y todo lo que necesitemos.
- ¿Pero cuánto tiempo?
- No lo sé, habría que esperar un tiempo. Un mes, dos meses...

La idea no prosperó. Las dos hijas prefirieron la propuesta de su padre de llevar a cabo un plan de emergencia quedándose en casa.
Almacenaron  comida, agua y medicamentos, sellaron con cinta aislante todas las ventanas y taponaron con lona las juntas de la puerta de entrada. Se abastecieron de sábanas y mantas, llenaron las dos bañeras y compraron pilas para la radio que recuperaron del trastero.

Como todas las precauciones le parecían pocas, Maria José compró también mascarillas, con la decisión de llevarlas puestas el mayor tiempo posible, y un humidificador, previendo que el aire de la casa se resecaría mucho con todo cerrado.

Una vez conseguido lo que habían acordado, decidieron que el encierro empezaría en el momento en que un comunicado oficial  anunciara el primer caso de contagio del virus en la península.
A pesar de haber convertido su casa en una especie de bunquer fiable  que tranquilizó en cierta medida a su marido e hijas, ella aún pensaba que aquello no bastaba para detener a una célula microscópica tan agresiva y quiso una vez más convencerles para coger el coche y escapar a plena naturaleza. Sin embargo,  también era tanta su incertidumbre que no insistió más.

Cada vez que pasaba por su habitación y veía la caja de Doxma allí arrinconada , María José sentía una punzada en el estómago. Ver aquello la ponía nerviosa. A pesar de saberse una privilegiada por tener una información de vital importancia que apenas nadie conocía, en realidad aquello no le suponía un consuelo. Rechazaba la idea de que alguien necesitara tomar aquel jarabe, pues eso supondría haber sido mordido por alguno de aquellos resucitados de los que Nacho le había hablado, y su mente se negaba a admitir que algo así fuera a ocurrir en su propia casa.

Constantemente mentalizada en que todo saldría bien, en ocasiones la tensión acumulada se hacía insoportable, momentos en que se encerraba en el baño para, en silencio,  desahogarse llorando.

Una noche se despertó de golpe con la respiración agitada. Había estado soñando que oía gente tocar timidamente a su puerta mientras dormía. Eran voces lastimeras, voces suplicantes de hombres y mujeres que le rogaban que les diera un poco de Doxma porque sus hijos, hermanos, padres... habían sido mordidos. María José se levantaba y se acercaba sigilosamente a la puerta. Las voces se intensificaban entonces, y los golpes contra la puerta eran tan fuertes que los trozos de lona que habían puesto en las juntas se movían y terminaban cayendo al suelo. Entonces María José observaba cómo un casi imperceptible humo verdoso se filtraba a través de las rendijas. Ella volvía corriendo a la habitación, y antes de cerrar la puerta, miraba hacia atrás y era capaz de ver cómo el humo avanzaba por el pasillo.

A la mañana siguiente, nada más levantarse, empezó a escribir un mensaje de texto en el móvil.

“Leed atentamente, porque es muy importante - empezaba - Buscad en las farmacias un jarabe para la tos llamado Doxma"
 Y añadió, de la mejor manera  que supo, la explicación a tal advertencia.

Después abrió la lista de contactos de su agenda y fue seleccionando a familiares y amigos a los que enviar el mensaje.

"Para Laura... Gerardo... Francisco... Pedro... JuanRa"...
…..............................................................

Echado en la cama, con la mirada perdida en el techo, Juan Miguel ha decidido que será al día siguiente cuando se marche de allí
La pared que tiene enfrente es como el lienzo en el que mentalmente ha ido trazando su plan.

Por la mañana volverá a casa de sus padres, recorriendo con sigilo las cinco calles del trayecto. Llevará consigo el bate de beisbol que tiene  junto a la cama.
Al llegar sacará  la bici del garaje, buscará el casco y las rodilleras, así como una mochila con un par de botellas de agua, conservas y un chubasquero ligero. Cree saber dónde está todo lo que necesita.
Meterá el bate en la mochila y saldrá pedaleando hacia el cerro del castillo, desde donde tomará la Nacional a Jaén. 
Antes del mediodía espera estar ya a muchos kilómetros de allí.

El vecino de arriba sigue caminando de un extremo a otro de su casa. Lo oye arrastrar los pies y chocar repetidamente contra los muebles. En ocasiones le llega debilmente  el sonido de lo que parece un gruñido  animal,  pero Juan Miguel ya sabe que ese es el  jadeo de los resucitados.
Creyó en un principio que dejaría de escucharle cuando muriera de inanición, mas ahora es consciente de que seguirá caminando sin desfallecer si nadie destroza su cerebro.

Tras la muerte de sus padres perdió la noción del tiempo y hoy no es capaz de calcular cuánto  ha pasado desde que empezó el caos.

Recuerda la angustia que sintió el día en que cayó la red eléctrica. Pensó que sería algo transitorio, pero  pronto comprendió  que ya no debía de quedar nadie para gestionarla, y sintió mucho miedo ante tanta incertidumbre. ¿Cómo sería su vida desde aquel momento en adelante? 
Durante un tiempo creyó ser  la única persona viva en la ciudad, el único  testigo del fin de la civilización y en mitad de aquella desesperación  permitió que por su cabeza pasara la sombra del suicidio.

Sin embargo volvía a amanecer cada día, y con los primeros rayos de sol le llegaba el alegre despertar de los pájaros que, invariablemente, se refugiaban en la pinada del parque al caer la tarde. Aquel piar le sosegaba. Resultaba extraño admitirlo, pero la vida continuaba a pesar de todo.

Una vez le pareció  ver desde la ventana  a alguien cruzar corriendo  por la calle. No quedó del todo seguro, pero  ahí empezó a tener la certeza de que no debía de ser el único superviviente. ¿Por qué iba a estar él sólo? Y empezó a alimentar su esperanza.
Sin embargo no era capaz de salir de allí para comprobarlo. Intuía que el exterior era poco seguro. Si sus padres resucitaron convertidos en seres agresivos y hambrientos, si el vecino de arriba también era uno de esos muertos que se levantan, ¿cuántos más habría por la ciudad?, ¿cuántos en el país entero? ¿Estarían por todo el mundo?

Curiosamente, al principio no lograba ver ningún caminante por la calle. Tal vez habían muerto en sus casas, con las puertas cerradas y no eran capaces de salir, pero estaba seguro de que también los habría deambulando por la ciudad.

Cuando el agua de la bañera que utilizaba para beber empezó a agotarse, Juan Miguel decidió explorar las otras  viviendas del edificio.

Tan solo abrir la puerta y acceder al rellano de la escalera lo llenó de inquietud.

Descendió a la planta baja, donde forzó el armario del conserje para hacerse con todas las llaves. El ruido de los golpes rebotaba en el hueco de las escaleras para morir pronto y dejar paso a un silencio inquietante.
                                                                                                                                        En el primer piso no encontró más que polvo y cucarachas muertas.
Al abrir la puerta del segundo piso le asaltó un hedor penetrante, que le puso sobre aviso y se introdujo con suma cautela.
En la cocina, la puerta de la nevera estaba abierta y su interior estaba cubierto de un manto de fibras de moho verde.
En la despensa  encontró conservas,  paquetes de legumbres y botes de especias, y tomó nota mental para volver más tarde a por todo ello.

Al final del pasillo el hedor se acentuó y aunque se percataba de que lo más sensato era salir de allí,  su curiosidad por descubrir el origen de aquel olor le movió a seguir indagando.
La puerta del baño estaba cerrada.
La entreabrió despacio, sujetando con fuerza el pomo por si tuviera que volver a cerrar de inmediato.
No había nadie allí.
Sin embargo el olor era insoportable y Juan Miguel se cubrió la boca y la nariz con el antebrazo.
 Vio una pequeña banqueta junto a la bañera y sobre ella varias cajas de pastillas.
No imaginaba encontrar la bañera llena de agua, y mucho menos a una mujer  sumergida en el fondo.
Aquella horrible visión le dejó paralizado. El cuerpo debía de llevar muchos meses bajo el agua y en la descomposición se habían desprendido trozos de su piel, que flotaban en la superficie como cuajos de leche.
Tratando de recordar quién podía ser aquella vecina, vio cómo un brazo se le levantaba y la mano buscaba el borde de la bañera.  Asomó ante sus ojos un trozo de carne púrpura de dedos hinchados y cuarteados. Después percibió cómo la cabeza hacía esfuerzos por levantarse.
Juan Miguel salió inmediatamente  y cerró la puerta.

No volvió a por los víveres de aquel piso.
Tampoco quiso explorar el resto.
 …................................................................

Nerine corre descalza por la carretera con un zapato en cada mano.  Nota  el agua escurrir por el pelo que se le ha pegado a la frente y a la nuca, y la siente resbalar por la espalda. La lluvia se le  mete en los ojos y en la boca, que no puede cerrar por estar jadeando y maldiciendo su suerte a un mismo tiempo.
Pese a ser consciente de que  les lleva mucha ventaja, cuando imagina a esa horda de seres podridos pisándole los talones  se le eriza toda la piel.

Piensa  que por alguna razón el destino no ha querido que llegue al refugio al que tanto desea  regresar, y sigue corriendo con el pulso latiendo en sus sienes, temiendo desfallecer y caer y no poder volver a levantarse.

Por unos instantes visualiza en su mente la llegada del primer zombi tambaleándose bajo la densa lluvia, arrodillándose en el suelo para devorarla. En ese momento nota cómo algo se le escurre por debajo de la camisa y cae al suelo. Comprende de inmediato  que ha sido el frasco de Doxma, pero no se detiene.
Una voz interior parece ordenarle que dé la vuelta y lo recupere, pero no se atreve.
Sin embargo la desazón por perder algo tan valioso  aumenta en cada zancada hasta ser más insoportable que su miedo.

Nerine deja de correr. 
Aspira a grandes bocanadas  todo el aire que le exigen sus pulmones y se vuelve para mirar atrás.
Los caminantes no han alcanzado todavía el punto más alto de la rasante, por lo que no se les ve.
Se siente mareada, pero logra ver el frasco, un punto blanco resaltando en la oscura carretera. En sus pensamientos hay un fuego cruzado de intenciones. 
“Tienes que recuperarlo”
“No, huye, sigue corriendo”
“Ve a por él, rápido”
“No, no pierdas más tiempo, vuelve con aquella gente”

Finalmente arranca a correr hacia el frasco.
Durante ese trayecto de vuelta hasta el preciado envase ocurren dos cosas al mismo tiempo: la lluvia empieza a remitir y los primeros caminantes asoman al llegar a la parte alta de la rasante.

Nerine cae de rodillas junto al frasco, lo coge con fuerza, se levanta y vuelve a correr con sumo esfuerzo.
Siente  que  el corazón se le va a salir  del pecho y la visión se le vuelve borrosa. De repente  un fuerte pinchazo le atraviesa la pierna izquierda desde la cadera hasta el muslo.
Tiene que parar, no puede continuar. Jadea con las manos apoyadas en las rodillas
aspirando todo el aire que puede.
El macabro clamor de la jauría de muertos suena cada vez más cerca a sus espaldas.
Nerine no cree poder alcanzar a la gente del Mustang. Corre a pequeños saltos, sin poder apoyar en el suelo la pierna izquierda, que se ha quedado paralizada.

Las nubes empiezan a dispersarse y la luz poco a poco se va imponiendo en ese mar de niebla. Nerine logra ver el rojo brillante del Mustang parado al principio del camino y ruega a todos los ángeles del cielo que la ayuden a alcanzarlo.
Si Fran ha dejado el coche abierto quizás consiga salvarse. 
Si lo encontrara cerrado, tratará de meterse debajo.
“Y que sea lo que Dios quiera”, piensa, sollozando,  sin dejar de avanzar.


…................................................................

Con un hacha ligera de mango de aluminio, Holden recorre la aldea bajo la lluvia. La neblina ha descendido y todo parece haberse tornado de un blanco húmedo.
Se refugia bajo la gran higuera, junto a los corrales, desde donde puede observar otras casas. No consigue oír más que el tamborileo de las gotas sobre las anchas hojas y el borboteo de la pequeña corriente que discurre camino abajo.

Por fin vislumbra el lugar de donde procedía la gran columna de humo que el repentino chaparrón ha terminado de borrar.
Los restos de leña quemada hacen evidente que alguien más debe de haber por allí y Holden se afana por encontrarlo.

Vuelve a escuchar ese sonido que parece proceder de la casa contigua a la suya y piensa que no es posible que en tan solo unas horas alguien haya conseguido alterar tanto la paz de aquel lugar.
“¡Quién mierdas hay por aquí!”- musita furioso- La familia estaba encerrada. ¡Ni siquiera se les oía! ¿Quién coño les ha despertado?”
…...................................................

Pepi y Anasister  están comiendo en silencio, mirando las brasas de la chimenea,
cuando les parece escuchar un grito en la distancia.

- ¿Has oído? - exclaman al mismo tiempo.
- Perfectamente- contesta Pepi muy alterada- Ha gritado una mujer.
- ¡Calla! Creo que sigue gritando...
- ¡Está llamando a alguien!

….......................................................

Holden se encuentra  a pocos metros de la casa en la que se han refugiado Pepi y Anasister. Ha logrado ver el tenue humo que el viento disuelve cuando asoma por la chimenea, y con paso decidido se dirige hacia la puerta. Estando delante y dispuesto a llamar,  oye gritar a Ángeles y no duda en correr inmediatamente hacia su casa.

Baja por el camino a grandes zancadas, pero ha de frenar en seco cuando se encuentra con lo que él llama “la familia” en mitad del camino. 
Como una procesión macabra, varios caminantes se dirigen hacia donde han oído gritar.
- ¡¡Holden!! – le llama Ángeles desde la puerta al verle – ¡Han salido de esa casa!
- ¡Cierra la puerta, Ángeles! - exclama
- ¡No te arriesgues, por lo que más quieras! - responde ella.

Holden cuenta rapidamente el número de aquellos abominables seres. Parece que hay entre diez y doce  adultos, más dos niños. Observa cuáles son más corpulentos y cuáles  parecen  más fáciles de eliminar. Visualiza un lugar donde refugiarse si las cosas se tuercen, pero está convencido de que puede acabar con todos.

Hace girar el hacha en el aire antes de gritarles. 

- Eh, malnacidos, ¿qué se os ha perdido por aquí, inútiles?

Todas las cabezas se vuelven hacia él.
…................................................................

- Ahora es un hombre el que grita – exclama Pepi, asustada  – Se le nota  enfadado.
- O asustado – dice  Anasister -  Ven, vamos a subir al piso de arriba y  mirar desde allí.
Ambas suben atropelladamente. En una de las habitaciones hay una ventana pequeña con vistas  al prado y al río. Desde ella se ve parte del camino que recorre la aldea, pero no logran ver a ninguna persona.
- Abre la ventana, seguro que le oímos mejor.

…............................................................

El primero en aproximarse  es uno de los niños, que va a un paso más ligero que el resto. Holden lo ve acercarse con los brazos extendidos. Tiene los ojos  hundidos y el  cabello ralo  pegado al cráneo. La cabeza se le mueve en movimientos espasmódicos y parece querer decirle algo que no logra pronunciar y que tan solo queda como un sonido gutural ahogado.

- Lo siento, chaval – dice Holden, y golpeándole con  el hacha en la sien le rebana el cráneo

Los dos más próximos son altos  y desproporcionados. Holden observa  que la ropa les queda muy holgada. Cuando están a su altura Holden da un salto en el aire y descarga  una patada en el pecho del primero, que cae sobre el segundo, derribándolo. Holden aprovecha ese momento para hundir su hacha en la cabeza de uno e inmediatamente en la del otro. Le alivia dejar de oír sus desagradables jadeos.

Holden retrocede y vuelve a posicionarse a la espera. El hacha asida con fuerza, las piernas ligeramente abiertas y los dientes apretados, deseando acabar aquello cuanto antes.

…………………………........

- ¡Ya lo veo! – exclama Anasister-  ¡Alguien está defendiéndose!
- ¿De zombis? – pregunta desde atrás Pepi, alarmada.
- Seguramente, aunque de momento  solo lo veo a él.
- ¡Ay, Anasister! ¿Serán los que había en aquella casa? ¿Habrán conseguido…?
- ¡Sí, ya los veo!  Uno… Dos, tres, cuatro… ¡Espera, hay muchos! ¡Y el pobre está solo!
…………………………….....

Holden sigue caminando de espaldas y asestando golpes a los brazos que entran en su radio de acción. En rápidos reflejos aprovecha cualquier hueco para hacerles caer,  hundiendo  el hacha en sus cabezas.

El otro niño aparece de repente por su izquierda, pillándole por sorpresa. Holden comete la imprudencia de perderle un momento de vista para poder situar visualmente a los demás. El niño  gruñe y se aferra a la pierna de Holden, quien no tiene tiempo  de evitar que  le muerda.
….............................................................

- ¡Le han mordido! – grita Anasister
- ¡No me digas!- exclama Pepi llevándose una mano a la boca.
- Sí, un niño, en la pierna. ¡Y no se lo puede quitar de encima! Espérame, Pepi, voy a salir
- ¿Qué? ¡No, no me dejes aquí!
- Tranquila, es para intentar quitárselos de encima.
- Pero  no te acerques – le ruega mientras bajan las escaleras- Si te pasa algo me muero.
Anasister coge un atizador de hierro de la chimenea.
- Tranquila, Pepi, - dice mirándola, antes de abrir la puerta- solo voy a hacer ruido para que vengan para acá y ese hombre se pueda esconder. Los tiene a todos encima.
- Tengo mucho miedo- dice Pepi con ambas manos bajo la barbilla.
Anasister sale y empieza a gritar.

- ¡Ehh, aquí, venid aquí – les llama.  Busca rápidamente algo con que golpear el atizador  y ve en el suelo la chapa de metal oxidada que les sirvió para encender el fuego. La levanta y la golpea  con rabia.

Holden, apoyado de espaldas en un árbol,  ha hundido el mango  de su hacha en la cabeza del niño que muerde con fuerza su pierna. Cuando cae inerte a sus pies lo levanta para lanzarlo al zombi más próximo , consiguiendo hacerlo caer.

Se aproxima por su izquierda una mujer que desprende un olor nauseabundo, tiene  un inmenso  hueco en el cuello por el que Holden  puede percibir grandes masas de gusanos en continuo movimiento. Le hunde el hacha entre los dos ojos y,  cuando cae, los gusanos se esparcen por el suelo.

- ¡Aquí! - sigue gritando Anasister- ¡Venid aquí, asquerosos!
- Vaya- musita Holden tras una rápida mirada hacia ella- por fin aparece alguien.
- ¡Venid, aquí! ¡Aquí si os atrevéis!
Holden retrocede,  acercándose cada vez más a Anasister.

……………………………………...

Fran, Roquito y A.B. están alcanzando la primera casa de la aldea cuando  oyen  gritar a alguien muy cerca.
“Venid, aquí! ¡Aquí si os atrevéis”
Paran en seco un par de segundos para mirarse con asombro, e inmediatamente  echan a correr hacia el lugar de donde procede la voz , que a Fran le ha parecido muy familiar.

Enseguida la ven de espaldas. Está mirando hacia un grupo de caminantes que se aproximan a ella.

- ¡Es tu hermana! – grita A.B.
- ¡Anasister! – la llama Fran eufórico.

…………………………………………

Carlos conduce por el camino hacia la carretera. Ha cesado de llover y por fin las nubes empiezan a retirarse  para dar paso al sol. En aquella atmósfera de siluetas difusas, las grandes flores de colores que decoran  la autocaravana parecen querer proclamar su alegría entre tanta languidez.

La lluvia ha sido muy abundante y la tierra se ha ablandado mucho en algunos tramos, donde las ruedas de la roulotte patinan levemente .

- Solo faltaría que nos quedáramos atrapados en el barro ahora – murmura Carlos aferrando con fuerza el volante.
- Es verdad, se ha puesto fatal el camino - dice Montse.
- ¡Venga, venga , - suplica Carlos al vehículo - que la carretera está ahí mismo!
¿Por qué no te sales del camino? - propone Montse, sentada junto a él – Está demasiado encharcado por aquí.
- Creo que sería peor, aquí la tierra está prensada. Pisar esos campos sería hundirnos seguro.

Al aproximarse a la carretera descubren que el agua cubre totalmente el hueco del arcén y discurre en turbia corriente.
- ¡Maldita sea! - exclama Carlos- ¡A saber la profundidad que tiene eso!
Montse se vuelve para mirar a Ana Bohemia, que, sentada en cuclillas sobre la cama, continua haciendo trazos en una lámina.
¡Tenemos problemas, Anita! - le dice
Ana levanta la vista y después alza los hombros,  pidiendo una explicación.
- ¡Nos hemos encontrado un río! ¿Tienes una barca por ahí?
- Pues mira, no – responde sonriendo- pero os puedo hacer un barquito de papel.

- No nos queda otra que arriesgarnos – decide Carlos, que aprieta el acelerador con la intención de rebasar  rápidamente  el tramo de agua y alcanzar la carretera.

La caravana entra en el charco aparatosamente, levantando olas  a ambos lados. Carlos vuelve a hundir el pie en el acelerador y las ruedas delanteras de la roulotte consiguen  superar el desnivel y el vehículo salta a la carretera.  Inmediatamente después, las ruedas traseras se hunden en la corriente. Carlos repite la operación, pero las ruedas patinan y escuchan el golpear de pequeñas piedras en los bajos del vehículo.
Maldita sea – farfulla Carlos, que vuelve a pisar el acelerador a la vez que mueve el volante hacia uno y otro lado.
Las ruedas han erosionado  el terreno embarrado y no encuentran lugar  donde apoyarse.
¿Y si vuelves para atrás? – propone Montse.

Tras varios intentos marcha atrás, Carlos consigue que las ruedas posteriores salgan del barrizal sin que las delanteras vuelvan a caer en la corriente.
- Bueno, algo es algo – dice Montse - ¿Y ahora qué?
- Esperad un momento – dice Carlos abriendo  la puerta. Desciende de la caravana  y empieza a buscar piedras grandes que va cogiendo  con ambas manos y echándolas en el charco bajo la roulotte. Después de repetir varias veces la operación, restriega las manos en el pantalón y  sube al vehículo.

- Agarraos, que vamos a salir de esta - exclama aferrando el volante.

Y acelera.

Carlos no puede imaginar que en solo unos segundos todo va a cambiar. No es consciente de que la fatalidad puede salir al paso hasta en las circunstancias más sencillas y en apariencia menos  peligrosas.

Las ruedas traseras vuelven  a entrar en la riada, pisan las piedras y las hunden en el fango. Las delanteras giran en una brusca maniobra de Carlos,  al mismo tiempo que vuelve a acelerar  para  salir de allí.
El vehículo salta  a la carretera con un movimiento semicircular, pero a tanta velocidad que a Carlos no le da tiempo a enderezarlo y no puede evitar enfilar de nuevo el desnivel del arcén.  En otro giro de volante para evitar salirse de la carretera  solo consigue que la parte posterior de la autocaravana se tambalee hacia la derecha con tanto ímpetu que el vehículo vuelca en el enfangado arcén.
Y caen con un golpe espantoso.

………………………………………………..

Anasister se vuelve y durante un instante no es capaz de reaccionar ante lo que ve.

- ¡¡Fran!! ¿Cómo es posible? – suelta el atizador y corre a abrazarle.

Roquito y A.B. comprenden que Anasister estaba en una situación muy delicada, tratando de ayudar a  un hombre al que rodean varios zombis. 
A.B. recoge el atizador del suelo y se acerca decidida al  muerto que más cerca ha llegado.
Roquito evita a los que dos que suben hacia allí y va directamente a hundir  su Lucille en el cráneo del más corpulento, que ha hecho caer a Holden. Le golpea con tanta furia que separa en dos partes su cabeza  y un líquido negruzco le salpica a Holden en la cara.

- ¿Estás bien? – le pregunta  mientras atraviesa la barra en la cabeza de una mujer que arrastra por el suelo una polvorienta falda negra .

Desde el suelo, Holden ve caer  de rodillas al último caminante,  con una enorme grieta en la frente  por la  que escapa  su masa encefálica.
- Creo que sí- dice resoplando- Habéis aparecido en el momento justo.
- Soy Roquito- le dice extendiéndole la mano.
- Holden-  le saluda apretándola con fuerza.

……………………………………………………………..

- ¿Estáis bien? – pregunta Carlos intentando incorporarse
- No mucho- se queja Montse- me duele  la pierna. Ay, Carlos, ¿puedes quitarte de encima?  Me he dado un golpe en la cabeza también.
- Ana, ¿estás bien? – grita Carlos esforzándose en pasar por entre los dos asientos hacia la parte posterior.
- Bohe, cariño – dice Montse con lágrimas de dolor - ¡Qué susto! ¿verdad?

Carlos camina hacia ella. La ve echada sobre una de las ventanas.
- ¡Ana! - se apresura a llegar a su lado- ¡Dime algo, Ana!
- ¡Ay, Carlos!- musita Montse desde su asiento - ¡Dime que está bien!
Carlos le busca  el pulso y no lo encuentra.
Al volcar la caravana, Ana Bohemia se ha dado un fuerte golpe en la sien con la manivela de la ventana.
- ¡Carlos! – dice Montse angustiada- ¡Dime cómo está!

Carlos  levanta a  Ana  con delicadeza  para abrazarla.
Debajo de ella hay varios lápices de colores y a su lado una cuartilla con un dibujo.

Es el dulce rostro de una chica con una guirnalda de flores en el pelo  y una bonita sonrisa.
“Me encanta, Ana” – le susurra al oído sin dejar de abrazarla. “Tiene la misma sonrisa que tenías tú cuando te conocí”

Montse oye llorar a Carlos  y empieza a rezar por su querida amiga.



14 feb 2016

RESUMEN Y PREGUNTAS AL VIENTO

Después de cinco capítulos, y dado que los quince  personajes ya están introducidos en la historia, creo que es buen momento para hacer un resumen de lo que llevamos andado. Además me gustaría que intentarais traer un poco de luz a algunos puntos oscuros.

Por un lado tenemos a Fran, Roquito y A.B., que abrieron el "episodio piloto" en un Ford Mustang (ellos son así de chulos)
Los tres se dirigen al sur (esto del sur queda demasiado impreciso, ¿no? ¿A dónde les dirigimos exactamente?)

De Fran sabemos que va buscando a sus hermanos Anasister y Tomás (porque hay otro, un tal JuanRa, que está totalmente desaparecido) y que a estos les acompaña Pepi.

También descubrimos que Tomás se ha perdido, y que Anasister y Pepi, buscándolo, han llegado a una aldea que en principio parece abandonada.

Fran, Roquito y A.B. llegan a una gasolinera con la intención de hinchar los neumáticos, y allí descubren a Nerine, una mujer australiana de armas tomar, que no les quiere prestar ninguna ayuda. Cuando los tres se marchan con el coche de ella, descubrimos que tiene secuestrado a Tomás en un cómodo sótano de la estación de servicio (aunque él no está muy cómodo precisamente)

(Este me resulta un interrogante de los más gordos, ¿cómo secuestró a Tomás? Y lo que es más importante, ¿con qué motivo? ¿Y por qué está tan interesada en el frasco de Doxma que rápidamente sale a recuperar cuando cae en la cuenta de que se lo han llevado en su coche?)

Por otro lado conocemos a Holden y Ángeles, en cuya primera escena, pescando en el río, se percatan de la columna de humo que Anasister y A.B. han provocado con la intención de señalar dónde se encuentran. Todo apunta a que el humo podría ayudarnos a que muchos de los protagonistas se vayan encontrando, porque los tres hippies (Montse, Carlos y Ana Bohemia) , mientras preparan la comida junto a su caravana, también lo han visto.

A Juan Miguel le tocó el duro papel de ver morir a sus padres, y el no menos duro de verles resucitar y tener que rematarlos de verdad.

Como el auténtico Juan Miguel tiene afición a ir a todas partes en bici, he pensado que, mejor que en coche, va a salir en bicicleta hacia el sur, (el famoso sur) porque de alguna manera tendrá que encontraros a todos.

El grupo se completa con María José Olalla y Nacho.

A María José la conocimos cuando ascendía en una importante empresa, pero la alegría por tan merecido reconocimiento le duraría poco, pues meses más tarde su jefe le daba la peor noticia que le podían dar: que el virus avanzaba de forma imparable y que muy pocos sobrevivirían.

Nacho es el que más información tiene acerca del virus, y el que entrega a María José una caja de Doxma, un simple jarabe para la tos cuyos ingredientes no sirven para matar el virus, pero sí a las bacterias que contagian los zombis. Es decir, que el Doxma solo servirá para los supervivientes.

Hasta aquí el resumen de los cinco primeros capítulos.

Dado que la encuesta de la barra lateral se ha cerrado (tras 124 votos, ¡qué maravilla!) ya es oficial que Juan Miguel, con 23 votos, será líder en esta historia. ¡Felicidades!

Aunque no quiero dejar de contar algo curioso que me hizo gracia, y es que me dijo Juan Miguel que no estaba realmente interesado en ser el líder, pero cuando supo su mujer esto de de la encuesta, lo fue contando a todo el mundo, y compañeros y amigos le votaron como si les fuera la vida en ello.

Pero las normas son las normas y Juan Miguel será investido líder a la fuerza, (digo yo que algo importante hará para que confiéis plenamente en él)

He de contar ahora cómo ocurrirá la primera baja en la historia.

Ya avisé que los tres participantes con menos votos serían los que correrían mayor peligro, y esos protagonistas han sido: 
Ana Bohemia, con 1 voto, Carlos, con 3 y María José Olalla, con 4.

Bien, no seré yo nunca el que decida quién abandona The zombie experience, sino el azar o vuestras habilidades a la hora de hacer algo. Me explico.

Esta primera eliminación la vamos a dejar al azar. Habrá que esperar a ver cuál es el número premiado del cupón de la ONCE del próximo viernes 19 de febrero.

Si el número acaba en 1, 2, 3 o 4, adiós a Ana Bohemia.

Si acaba en 5, 6 o 7. nos despediremos de Carlos.

Si acaba en 8 o 9, será María José Olalla la que abandone la historia.

(La distribución de números está hecha en base a la cantidad de votos recibidos)

Y atención, porque como quiero que haya más emoción (y maldad diablera) en esta parte del juego, si el número acabara en 0, los tres estarían en la cuerda floja ... ¡y sólo se salvaría el primero que dejara un comentario en el blog! Los otros dos... caput!

Bien, pues quedamos todos pendientes de los próximos acontecimientos, que preveo emocionantes. Yo sigo pensando en la forma en que María José y Nacho se unan también al grupo, así que siempre escucharé ideas y propuestas por vuestra parte.

También me gustaría mucho que en cualquier momento de la historia me digáis lo que pensáis que puede ocurrir, o lo que imagináis de otros protagonistas o incluso de vosotros mismos. O si hay algo relevante que no ha quedado claro o que os parece raro.
Todo me pude servir para seguir hilvanando la trama, que os aseguro que sigo creando sobre la marcha, sin pensar en más allá. 
Es decir, que cualquier cosa que me digáis, podría ser utilizada como pensamiento, palabra u obra de vuestro personaje en la historia, o me podría servir para poner ladrillos en algún hueco o para arreglar algún entuerto, aunque sea de forma rocambolesca.

Todo podría valer.

Y creo que no me queda nada más por decir.

Bueno, sí, que me ilusionan vuestras muestras de agrado e interés por la historia, y os las agradezco enormemente. Nunca había hecho algo así y me está resultando emocionante y muy divertido.

¡Hasta pronto!

PD. Como sé que estáis imaginando la historia como una película, aquí os dejo lo que podrían ser los títulos de crédito de la misma. Espero que os guste.



10 feb 2016

05. SE ACERCA UNA TORMENTA

Carlos sujeta con vigor las patas traseras del conejo y lo libera del alambre. En realidad el animal se estranguló al caer en la trampa, pero es la fuerza de la costumbre la que mueve a Carlos a tomar precauciones. No todo lo que parece muerto lo está siempre realmente. 

Regresa a través  de la llanura, esquivando las anchas grietas y  los espinos, y asciende la suave loma  hasta vislumbrar  la autocaravana. 

Hace una hora que salió el sol y un día más aquella colorida casa con ruedas vuelve  a ayudar a que todo siga pareciendo como antes, igual que siempre. 

Cuando Montse lo ve llegar le hace una señal de aprobación levantando el pulgar  y se mete en el vehículo para sacar lo que va a necesitar. 

- Bohe, deja eso y ven a ayudarme; hoy haremos arroz con conejo. 

Ana deja su lámina de dibujo a los pies de la cama, se levanta con desgana y  estira los brazos hasta tocar el techo con las palmas de las manos, su forma favorita de desperezarse. Antes de salir echa una mirada a su inacabado carboncillo de Audrey Hepburn y lo termina mentalmente. 
Nunca queda satisfecha con ninguno de sus retratos, sin embargo siempre ha pensado que algo especial tendrán sus dibujos cuando siempre los vendió con facilidad. Carlos los adora. Si por él fuera nunca se habría desprendido de ninguno. 

Mirando las pupilas de la actriz,  recuerda su pasado bohemio, aquella vida de completa libertad en la que  encaraba con despreocupación la manera de subsistir cada día, sin mirar nunca mucho más allá.   
Hasta hace bien poco, para Ana Bohemia, cada nueva jornada era una nueva aventura bajo el sol, y jamás sintió inquietud por no ganar lo suficiente, pues siempre ha tenido presente la filosofía de que no es más feliz quien  más tiene, sino quien menos necesita. 

El nuevo mundo no le parecería tan distinto de su antigua vida si no fuera porque ahora tiene que convivir con el miedo. Es muy joven, y se siente sana y fuerte, pero la inevitable sensación de peligro, la necesidad de estar  alerta constantemente y  no bajar la guardia es algo que desgasta la sensación de bienestar que siempre la acompañó y que inevitablemente ha minado su alegría. 

Por suerte tiene a Carlos y a Montse, con quienes pasó todo un año aislada en las montañas dentro de la caravana. La ciudad se alteró tanto con la noticia del virus mortal que escaparon juntos para refugiarse en plena naturaleza. 
- Si tenemos que morir – les dijo él- que al menos sea en un sitio bonito, rodeados de paz. 

Subsistieron gracias a la habilidad de Carlos para cazar pequeños animales del monte, aunque Ana apenas los probaba. La joven tiene en su genética la ventaja de no necesitar ingerir apenas nada y sin embargo estar sana y fuerte. 

Montse, tan llena de vitalidad como siempre,  ha sacado la mesa plegable, se ha puesto unos guantes  y ya está haciendo el corte en el vientre del conejo para extraerle los órganos. 
Ana prefiere no tener que ver aquello y se acerca a Carlos, que observa las botellas de biodiesel que estuvo preparando la tarde anterior. 

- ¿Cómo van?- le pregunta. 
- Bastante bien, la glicerina se está asentando, ya está casi transparente. 
- ¿Cuántos litros has hecho? 
- Veinte. Tenemos aceite y lejía para otros tantos, pero vuelve hacernos falta más metanol. 

- ¡Ven, Bohe, - la llama Montse - ayúdame a tirar de aquí!

La piel del conejo está vuelta del revés  casi por completo y Ana puede ver su carne rosada y brillante. 

- Ay, Montse, ya te dije que hacer eso  me pone mala. 
- Pues cierra los ojos, o mira para otro lado. 
- No deberías habérmelo enseñado, - dice tirando de la piel con fuerza mientras Montse va haciendo pequeños cortes con el cuchillo para que se desprenda - sabes que no comeré si antes  he visto al animal muerto. 
- No seas tan remilgada, niña. Tenemos para comer y hay que dar gracias por ello. 
- Ya doy gracias por tener arroz. Y tomates. Hasta por tener pipas doy las gracias. Ojalá nos sobrara con el aire para vivir, te aseguro que no he comido con apetito en mi vida. 
- Pues haber nacido flor. Yo no tengo tanta suerte como tú, me ruge el estómago desde que he visto el conejo, y ya se me hace la boca agua de pensar en el arroz con que lo vamos a acompañar. 

Montse es una mujer positiva y emprendedora. Nacida en el seno de una familia tremendamente conservadora que reprimía constantemente  su manera de ser y de pensar, la hija díscola terminó escapando de casa y entró a formar parte de una comuna hippy.  En más de un punto de su azarosa vida se encontró ante la terrible encrucijada de decidir entre volver a su hogar , con los de sus sangre, o seguir viviendo con aquella gente “de su corazón”. 
Dejándose llevar por el sentido común, y siendo siempre fiel a sí misma, terminaba eligiendo la vida errante en la que se sentía feliz. 

Tras declararse el estado de alarma y ser testigo del caos y del pánico de todos los que la rodeaban, decidió afrontar la nueva realidad sin permitir que el miedo la invadiera y renació en ella su característico espíritu de superación. 
Fue capaz de tanta concentración y seguridad en sí misma, que llegó a creer que tal actitud era lo que la había salvado. El virus no la afectó. 

Recorriendo con paciencia los lugares en los que se habían asentado las comunas que conoció, solo halló a dos jóvenes compañeros: Carlos y Ana, que felices de volver a verla con vida, la invitaron a abandonar aquella pesadilla  y marchar a las montañas en autocaravana. 
   

- Bueno, carne troceada y lista para asar, señores – anuncia Montse. 
- Voy a darme prisa en encender fuego – dice Carlos - Puede cambiar el tiempo en cualquier momento. 
- ¡Pero si hace un día  maravilloso! – exclama Montse. 
- No creas – le advierte- Es el típico sol que trae lluvia. 

Ana  recorre el cielo con la mirada para comprobar si alguna de aquellas nubes tuviera aspecto amenazador y entonces ve a lo lejos una columna blanca que baja hasta la tierra. 
- Aquello no es una nube, ¿no? 
Montse, con los guantes manchados de sangre, aparta con el brazo el pelo que cae sobre sus ojos, para mirar al cielo. 
- No – contesta Carlos observando aquello- Sin duda es el humo de algún fuego. 
…......................................................... 

Por unos instantes ninguno de los tres reacciona al ver cómo el Mustang impacta  contra el Peugeot y lo hace volcar de lado en el bancal.  Ha sido todo tan rápido e imprevisto que parecen necesitar unos segundos para asimilarlo. 
Roquito es el primero que, tras escupir el huesos de una cereza, exclama: 
- ¡La madre que la parió! - y junto a Fran echa a correr hacia los vehículos. 

A.B. se queda cogiendo unas cuantas piezas más de su desayuno  antes de encaminarse hacia allí. 

La puerta del Mustang se abre y desciende Nerine que parece respirar con dificultad. 
- ¿Se encuentra bien? - le pregunta Fran aproximándose. 
¡¡No!! - grita Nerine- ¡No se me acerquen! ¡Bastantes problemas me han causado ia! Y ahora encima, esto. ¡Maldita sea! 
- ¿Pero se puede saber qué le pasa? -alza la voz Roquito, molesto por su actitud- ¿Por qué ha hecho esto? 
- ¡No ha sido adrede! - protesta ella- Se reventó una rueda y perdí el control. 
- ¿Que le reventó una... ? - repite indignado Roquito mientras revisa todas las ruedas del Mustang para cerciorarse de que así ha sido – Señora, no veo que haya reventado ninguna rueda. 
- ¿Me está acusando de mentir? ¡Si io le digo que ha reventado es porque ha reventado! Iban sin presión, algo estaió y perdí el control. 
- ¿Pero nos buscaba por algo? - pregunta de nuevo Fran sin alterarse. 
- ¡¡Por supuesto!! ¡Ustedes se llevaron mi coche! Y vengo a recuperarlo. 
- ¡Ah, muy bien! ¡Ahí lo tiene! - responde Roquito con sorna- Enderécelo y se lo lleva. 
- No, io no tengo fuerza para hacer eso, tendrán que hacerlo ustedes. 

A.B. se acerca con parsimonia  saboreando una cereza. 

- Señora, ¿pero usted no se estaba muriendo? 
- ¡Si! - grita ella enfurecida. 
- ¿Pues a qué espera? 
- ¡Ustedes son malas personas! - responde Nerine con desprecio- ¡Se burlan de la gente enferma e indefensa! 
- ¿Nosotros? - cuestiona  A.B. - Yo diría que la que se burla de nosotros es usted, que nos hizo creer que tenía la cara llena de llagas para que nos marcháramos y no darnos nada de comer. ¡Menuda trolera! 
- Io no miento, io enfermé porque me contagié de mi marido, él sí tiene la cara iena de iagas
- ¿Su marido? - pregunta incrédula A.B. - Qué más quisiera usted que tener marido. 
- Pues te fastidias, niña estúpida, que sí lo tengo – y añade bajando el tono de voz - Aunque tal vez por poco tiempo. 
- Pero a ver, señora, - interviene Fran intentando apaciguar los ánimos- ¿qué interés tiene usted por recuperar su coche? ¿Ha dejado a su marido allá en la gasolinera? ¿Quiere llevarle a algún sitio? Usted nos dijo que la dejáramos en paz, ¿ha cambiado de idea? 

Nerine mira fijamente a Fran y comprende que relajándose tal vez consiga que sientan lástima de ella. 
- Mi marido tardó mucho tiempo en ahorrar el dinero suficiente para comprar ese coche. Ustedes se marcharon con él y io sentí que le traicionaba. ¿Me lo devolverán?  Es solo por apego sentimental, ¿comprenden? 

Fran y Roquito cruzan miradas llenas de interrogantes. 
- Bueno – dice Roquito – habrá que ver si su coche funciona ahora. Fran, vamos a empujar el Peugeot. Tiene suerte de que  no haya dado la vuelta de campana. Se habría quedado panza arriba para los restos. 

Cuando el coche vuelve a su posición horizontal comprueban que tras el golpe recibido, la rueda delantera izquierda ha quedado torcida hacia afuera. 

- Ya lo ve, señora, no se va a poder llevar su coche. Se lo ha cargado usted misma. 
- ¡Deje de acusarme!  ¡Le repito que io no quise hacerlo! 
- Bueno, como usted diga, pero ahí lo tiene, inservible. 
- ¡Pero  tengo que volver con mi marido! ¡Me necesita! - dice sin dejar de mirar su coche. 
- Bien, - dice Roquito- veamos ahora si el Mustang, además de un faro roto,  tiene esa rueda reventada que dice. 

Se mete en el coche, lo arranca y maniobra para darle la vuelta en dirección contraria. 
- Escuche, señora... - dice Roquito asomado a la ventanilla - Por cierto, ¿cómo se llama? 
- Nerine – le contesta con desdén. 
- Nerine, es usted la mayor embustera que he conocido en mi vida. 
- ¡Vamos a hacer una cosa! - se adelanta Fran antes de oír las protestas que la australiana está a punto de lanzar - ¿queda combustible en aquella gasolinera? 
- No, no lo creo. 
- ¿Está segura? 
- Allí no queda nada. 
- Pues vamos a inspeccionar entonces de dónde viene aquel humo. Sin gasolina ya no avanzaremos muy lejos. 
- ¡No, imposible! - protesta Nerine- Me han de devolver a mi refugio. Mi marido está allí y corre peligro. 

Fran mira de nuevo a Roquito, que, desde el interior del coche levanta las pupilas en un gesto de paciencia contenida. 
- Señora Nerine – dice A.B.- no nos costaría nada darle el coche y perderla de vista de una vez, pero ha tenido usted la desfachatez de venir hasta aquí, rompernos el nuestro  a propósito y encima decir que venía a recuperarlo porque le tiene cariño. ¿Sabe lo que le digo? ¡Que se vuelva a patita a ver a su marido, si es que existe! 
- ¡Maldita niña ingrata! ¿No te da vergüenza hablarle así a una mujer enferma? 
- ¡Basta! - grita Fran- Vamos a acercarnos los cuatro a aquella aldea y no hay más que discutir. Puede que allí encontremos ayuda. ¡Venga, trasladad las cosas y subid a este! 
Roquito y A.B. abren el maletero del Peugeot y sacan mantas y mochilas mientras Nerine se frota las muñecas repetidamente. Roquito, además, coge su Lucille y los tres  suben al coche. 
- ¡Vamos, Nerine, suba! - dice Fran 
- ¡Un momento! - dice ella con cierto nerviosismo- Denme un minuto para que me despida de mi querido coche. 

La ven caminar con celeridad hacia el Peugeot, abrir la puerta del copiloto y sentarse en el asiento. 
- ¡Está fatal la tía! - murmura A.B. 

Nerine abre la guantera y respira aliviada cuando ve allí el frasco de Doxma. Se agacha como para besar el salpicadero y aprovecha para esconder el pequeño frasco en el sujetador. 
La ven salir con la cara compungida de dolor, se acerca al coche y sube a él, sentándose junto a A.B. Ambas se miran con acritud. 
Cuando  llegan al punto de la carretera en que surge la desviación hacia el caserío, Fran  introduce el Mustang en el camino, pero entonces el coche se mueve en bruscas sacudidas y  se para en seco. Por más intentos que hace, Fran no logra arrancarlo de nuevo. 

- Hasta aquí la vida cómoda – les dice a sus compañeros- Nos hemos quedado sin gasolina. ¡Hay que seguir andando! 

Descienden del coche, cada uno con un bulto y empiezan a caminar. La australiana se queda de pie junto al coche. 

- Vamos, Nerine – dice Roquito - ¿a qué espera ahora? 
- No – responde ella – Yo me vuelvo a mi refugio. 
- ¡Pero qué dice! - protesta Fran- La gasolinera está demasiado lejos para ir andando. 
- No, tan solo está a unos tres kilómetros. Tengo que volver, mi marido me espera. 

Se quedan mirándola, preguntándose si será cierta la historia del marido enfermo. A.B. se acerca a ella y le entrega cuatro cerezas que saca de un bolsillo de su chaqueta. 
- Tome, para el camino. Que le vaya bien. 
Nerine se queda mirándola con gesto confuso e inmediatamente se vuelve para marcharse. 

La ven alejarse con paso decidido hacia la carretera. 
Por el horizonte se acercan unas nubes de aspecto amenazador. 

…................................................................ 

Cuando comenzó a llover, Montse se apresuró a sacar la lona y ponerla sobre la sartén, pero al arreciar con fuerza tuvieron que entrar lona y sartén a la autocaravana, dejando que la lluvia apagara el fuego. 

- ¡Ay, qué rabia! El conejo está hecho pero al arroz le falta un poco. 
- Da igual, Montse – le responde Carlos – nos lo comeremos igual. Cosas peores nos hemos llevado al estómago. 

Comen los tres en silencio, escuchando el repiqueteo de la lluvia en el techo de la roulotte.  
- Bueno, tampoco está mal del todo – dice Montse al rato. 
- ¡Silencio! – dice Carlos, que parece haber escuchado algo afuera. 
Entonces oyen caer al suelo la mesa plegable. Con precaución, Carlos se asoma por la ventana. Ve inmediatamente a un hombre que levanta la cara al cielo moviéndola en todas direcciones, como si buscara el rastro de un olor. Tiene puesto un mono de trabajo verde que la lluvia está oscureciendo al mojarlo. Cuando se vuelve, Carlos se oculta. 
- No hagáis el más mínimo ruido. Tenemos la visita de uno de esos. 
- ¿Solo uno? - susurra Ana Bohemia con los ojos muy abiertos. 
- Sí, creo que sí. De momento solo parece haber uno. 
Oyen el cubo donde Montse echó los despojos del conejo arrastrar por el suelo. Ella se muerde el labio inferior y mirando a Carlos se toca varias veces la nariz. Él asiente con la cabeza. 

Vuelve a asomarse en silencio.  Puede ver que el cubo se ha volcado y la lluvia extiende la sangre por la tierra. 
El zombi se mueve en movimientos espasmódicos, mirando con brusquedad a derecha e izquierda. Pisa la mesa plegable del suelo, vuelve a tropezar con el cubo y se encamina hacia las brasas ya extintas. 

Un trueno lejano se deja oír y Carlos piensa que es lo único que  faltaba en  aquel macabro escenario. 

….............................................. 

A escasos metros de la aldea , Holden pide a Ángeles que apriete el paso porque está a punto de llover. 

- Sí, me he dado cuenta – responde ella – Ya me han caído  varias gotas. 
Holden tiene el gesto serio y desde la vaguada mira hacia las primeras casas  con suma atención. Durante el trayecto ha ido pasando de unos supuestos a otros en cuanto a lo que pueden encontrar. Llevan tres meses en completa soledad y no quiere que nada ni nadie cambie ahora aquel equilibrio. 
Cuando se refugian en el gran árbol que hay pegado a su casa, empieza a llover con fuerza. Ángeles saca la llave y cuando va a echar a correr hacia la puerta para abrirla, Holden la detiene. 
- Dámela a mí. 
Holden sigue mirando por el sendero que sube hacia los corrales, esperando ver aparecer a alguien. Abre la casa y hace un gesto a Ángeles para que se acerque. 

- Espérate aquí, - le dice cuando entran- voy a echar un vistazo. 
¿Ahora? - exclama ella pasándose las manos por el pelo para quitarse el agua – ¡Pero si está diluviando! 
- Y qué quieres que haga, ¿que me quede aquí de brazos cruzados? Necesito saber quién ha encendido fuego y por qué. 
- Espera al menos a que escampe un poco. 
Ambos oyen tronar en la distancia, e inmediatamente después unos golpes sordos que ella no sabe reconocer. 
- ¿Qué ha sido eso? - le pregunta a Holden. 
- No lo sé - le responde, esperando que no sea lo que imagina. 

….............................................................. 

Anasister y Pepi miran  el fuego de la chimenea sin decir nada. Ambas piensan en la posibilidad de que los zombis que hay en aquella cámara logren abrir la puerta, salir de la casa  y esparcirse por la aldea. 
Aquel ya no parece un lugar seguro, pero la necesidad de abandonarlo es dura de aceptar. Pepi piensa que no deben alejarse más de Tomás,  pero  también imagina la posibilidad de que él las esté buscando lejos de allí. 
La idea  era seguir hasta la costa sur al fin y al cabo. 

- Anasister 
- Dime 
- ¿Cuándo nos vamos? 

…............................................................ 

Para evitar la lluvia en la cara, Nerine camina mirando al suelo. Está pensando en Tomás, en si seguirá allí tal y como lo dejó. Toca el frasco de Doxma a través de su sueter mojado y aprieta el paso mirando sus zapatos totalmente empapados. Piensa que tendrá que quitarse la ropa y secarse bien para evitar un enfriamiento. 

El ambiente se ha oscurecido mucho a pesar de ser poco más de mediodía. La lluvia es ahora una cortina de agua que no deja ver más allá de unos metros. Nerine ha perdido la noción del tiempo y no sabe cuánto llevará andado, por eso a veces mira al frente esperando ver la silueta de la gasolinera en la distancia.  Espera encontrarla cuando supere la pronunciada rasante que tiene a unos metros. 

Al llegar a lo alto ocurre  algo excepcional que la deja maravillada. 
Las densas  nubes grises que encapotan el cielo se dispersan en un solo lugar y por allí irrumpe poderoso un rayo de sol que ilumina el paisaje, permitiéndole ver toda la carretera perderse en la distancia. Se detiene para contemplar el mágico espectáculo de grises y diminutas luces reflejadas en los millones de gotas que caen sobre aquel campo de fantasía.  

Y entonces una visión le hiela la sangre. 

Su refugio está a menos de un  kilómetro de dónde ella se encuentra. Por la carretera, una manada de zombis ha superado la gasolinera y camina en dirección hacia ella. A través del valle, por encima del sonido metálico de la lluvia, le llegan nítidos sus lamentos, los jadeos de aquella muchedumbre de harapos y carne muerta.