Sólo transcurrieron seis semanas entre el día en que su jefe la
avisó de la tragedia que se avecinaba y
la noticia de los primeros casos de infectados en España.
Hasta ese fatídico momento, María José, dando la espalda a ese miedo
latente que pretendía invadir su ánimo
cada día, mentalizaba a su familia para huir a algún lugar apartado, lejos de
todo contacto humano.
- ¿Pero a dónde, a qué lugar? -
preguntaban nerviosas sus hijas.
- No lo sé, a la montaña, cualquier sitio sin gente cerca siempre será
más seguro que quedarse aquí.
- ¿Y dónde dormiremos?
- Podemos llevarnos la tienda de campaña, y mantas y todo lo que
necesitemos.
- ¿Pero cuánto tiempo?
- No lo sé, habría que esperar un tiempo. Un mes, dos meses...
La idea no prosperó. Las dos hijas prefirieron la propuesta de su padre
de llevar a cabo un plan de emergencia quedándose en casa.
Almacenaron comida, agua y
medicamentos, sellaron con cinta aislante todas las ventanas y taponaron con
lona las juntas de la puerta de entrada. Se abastecieron de sábanas y mantas,
llenaron las dos bañeras y compraron pilas para la radio que recuperaron del
trastero.
Como todas las precauciones le parecían pocas, Maria José compró
también mascarillas, con la decisión de llevarlas puestas el mayor tiempo
posible, y un humidificador, previendo que el aire de la casa se resecaría
mucho con todo cerrado.
Una vez conseguido lo que habían acordado, decidieron que el encierro
empezaría en el momento en que un comunicado oficial anunciara el primer caso de contagio del
virus en la península.
A pesar de haber convertido su casa en una especie de bunquer
fiable que tranquilizó en cierta medida
a su marido e hijas, ella aún pensaba que aquello no bastaba para detener a una
célula microscópica tan agresiva y quiso una vez más convencerles para coger el
coche y escapar a plena naturaleza. Sin embargo, también era tanta su incertidumbre que no
insistió más.
Cada vez que pasaba por su habitación y veía la caja de Doxma allí
arrinconada , María José sentía una punzada en el estómago. Ver aquello la ponía
nerviosa. A pesar de saberse una privilegiada por tener una información de
vital importancia que apenas nadie conocía, en realidad aquello no le suponía
un consuelo. Rechazaba la idea de que alguien necesitara tomar aquel jarabe,
pues eso supondría haber sido mordido por alguno de aquellos resucitados de los
que Nacho le había hablado, y su mente se negaba a admitir que algo así fuera a
ocurrir en su propia casa.
Constantemente mentalizada en que todo saldría bien, en ocasiones la
tensión acumulada se hacía insoportable, momentos en que se encerraba en el
baño para, en silencio, desahogarse
llorando.
Una noche se despertó de golpe con la respiración agitada. Había estado
soñando que oía gente tocar timidamente a su puerta mientras dormía. Eran voces
lastimeras, voces suplicantes de hombres y mujeres que le rogaban que les diera
un poco de Doxma porque sus hijos, hermanos, padres... habían sido mordidos.
María José se levantaba y se acercaba sigilosamente a la puerta. Las voces se
intensificaban entonces, y los golpes contra la puerta eran tan fuertes que los
trozos de lona que habían puesto en las juntas se movían y terminaban cayendo al
suelo. Entonces María José observaba cómo un casi imperceptible humo verdoso se
filtraba a través de las rendijas. Ella volvía corriendo a la habitación, y
antes de cerrar la puerta, miraba hacia atrás y era capaz de ver cómo el humo
avanzaba por el pasillo.
A la mañana siguiente, nada más levantarse, empezó a escribir un
mensaje de texto en el móvil.
“Leed atentamente, porque es muy importante - empezaba - Buscad en las farmacias un jarabe para la tos llamado Doxma"
Y añadió, de la mejor manera que
supo, la explicación a tal advertencia.
Después abrió la lista de contactos de su agenda y fue seleccionando a
familiares y amigos a los que enviar el mensaje.
"Para Laura... Gerardo... Francisco... Pedro... JuanRa"...
…..............................................................
Echado en
la cama, con la mirada perdida en el techo, Juan Miguel ha decidido que será al
día siguiente cuando se marche de allí
La pared que tiene enfrente es como el
lienzo en el que mentalmente ha ido trazando su plan.
Por la mañana volverá a casa de sus padres,
recorriendo con sigilo las cinco calles del trayecto. Llevará consigo el bate
de beisbol que tiene junto a la cama.
Al llegar sacará
la bici del garaje, buscará el casco y las rodilleras, así como una
mochila con un par de
botellas de agua, conservas y un chubasquero ligero. Cree saber dónde está todo
lo que necesita.
Meterá el
bate en la mochila y
saldrá pedaleando hacia el cerro del castillo, desde donde tomará la Nacional a
Jaén.
Antes del mediodía espera estar ya a muchos
kilómetros de allí.
El vecino de arriba sigue caminando de un extremo
a otro de su casa. Lo oye arrastrar los pies y chocar repetidamente
contra los muebles. En ocasiones le llega debilmente el sonido de lo que parece un gruñido animal,
pero Juan Miguel ya sabe que ese es el
jadeo de los resucitados.
Creyó en un principio que dejaría de escucharle
cuando muriera de inanición, mas ahora es consciente de que seguirá caminando
sin desfallecer si nadie destroza su cerebro.
Tras la muerte de sus padres perdió la noción del
tiempo y hoy no es capaz de calcular cuánto
ha pasado desde que empezó el caos.
Recuerda la angustia que sintió el día en que cayó
la red eléctrica. Pensó que sería algo transitorio, pero pronto comprendió que ya no debía de quedar nadie para gestionarla, y sintió mucho miedo ante tanta incertidumbre.
¿Cómo sería su vida desde aquel momento en adelante?
Durante un tiempo creyó ser la única persona viva
en la ciudad, el único testigo del fin
de la civilización y en mitad de aquella desesperación permitió que por su cabeza pasara la sombra
del suicidio.
Sin embargo volvía a amanecer cada día, y con los
primeros rayos de sol le llegaba el alegre despertar de los pájaros que,
invariablemente, se refugiaban en la pinada del parque al caer la tarde. Aquel
piar le sosegaba. Resultaba extraño admitirlo, pero la vida
continuaba a pesar de todo.
Una vez le pareció
ver desde la ventana a alguien
cruzar corriendo por la calle. No quedó
del todo seguro, pero ahí empezó a tener
la certeza de que no debía de ser el único
superviviente. ¿Por qué iba a estar él sólo? Y empezó a alimentar su esperanza.
Sin embargo no era capaz de salir de allí para
comprobarlo. Intuía que el exterior era poco seguro. Si sus padres resucitaron
convertidos en seres agresivos y hambrientos, si el vecino de arriba también
era uno de esos muertos que se levantan, ¿cuántos más habría por la ciudad?,
¿cuántos en el país entero? ¿Estarían por todo el mundo?
Curiosamente, al principio no lograba ver ningún
caminante por la calle. Tal vez habían muerto en sus casas, con las puertas
cerradas y no eran capaces de salir, pero estaba seguro de que también los
habría deambulando por la ciudad.
Cuando el agua de la bañera que utilizaba para
beber empezó a agotarse, Juan Miguel decidió explorar
las otras viviendas del edificio.
Tan solo abrir la puerta y acceder al rellano de
la escalera lo llenó de inquietud.
Descendió a la planta baja, donde forzó el armario
del conserje para hacerse con todas las llaves. El ruido de los golpes rebotaba
en el hueco de las escaleras para morir pronto y dejar paso a un silencio
inquietante.
En el primer piso no encontró más que polvo y cucarachas muertas.
Al abrir la puerta del segundo piso le asaltó un
hedor penetrante, que le puso sobre aviso y se introdujo con suma
cautela.
En la cocina, la puerta de la nevera estaba abierta y su interior estaba cubierto de un manto de fibras de moho verde.
En la despensa encontró conservas, paquetes
de legumbres y botes de especias, y tomó nota mental para volver más tarde a por
todo ello.
Al final del pasillo el hedor se acentuó y aunque
se percataba de que lo más sensato era salir de allí, su curiosidad por descubrir el origen de
aquel olor le movió a seguir indagando.
La puerta del baño estaba cerrada.
La entreabrió despacio, sujetando con fuerza el
pomo por si tuviera que volver a cerrar de inmediato.
No había nadie allí.
Sin embargo el olor era insoportable y Juan Miguel
se cubrió la boca y la nariz con el
antebrazo.
Vio una
pequeña banqueta junto a la bañera y sobre ella varias cajas de pastillas.
No imaginaba encontrar la bañera llena de agua, y
mucho menos a una mujer sumergida en el
fondo.
Aquella horrible visión le dejó paralizado. El
cuerpo debía de llevar muchos meses bajo el agua y en la
descomposición se habían desprendido trozos de su piel, que flotaban en la
superficie como cuajos de leche.
Tratando de recordar quién podía ser aquella
vecina, vio cómo un brazo se le levantaba y la mano buscaba el borde de la
bañera. Asomó ante sus ojos un trozo de
carne púrpura de dedos hinchados y cuarteados. Después percibió cómo la cabeza
hacía esfuerzos por levantarse.
Juan Miguel salió inmediatamente y cerró la puerta.
No volvió a por los víveres de aquel piso.
Tampoco quiso explorar el resto.
…................................................................
Nerine corre descalza por la carretera con un
zapato en cada mano. Nota el agua escurrir por el pelo que se le ha pegado a la frente y a la nuca, y la
siente resbalar por la espalda. La lluvia se le
mete en los ojos y en la boca, que no puede cerrar por estar jadeando y
maldiciendo su suerte a un mismo tiempo.
Pese a ser consciente de que les lleva mucha ventaja, cuando imagina a esa
horda de seres podridos pisándole los talones
se le eriza toda la piel.
Piensa que
por alguna razón el destino no ha querido que llegue al refugio al que tanto
desea regresar, y sigue corriendo con el
pulso latiendo en sus sienes, temiendo desfallecer y caer y no poder volver a levantarse.
Por unos instantes visualiza en su mente la
llegada del primer zombi tambaleándose bajo la densa lluvia, arrodillándose en
el suelo para devorarla. En ese momento nota cómo algo se le escurre por debajo
de la camisa y cae al suelo. Comprende de inmediato que ha sido el frasco de Doxma, pero no se
detiene.
Una voz interior parece ordenarle que dé la vuelta
y lo recupere, pero no se atreve.
Sin embargo la desazón por perder algo tan
valioso aumenta en cada zancada hasta
ser más insoportable que su miedo.
Nerine deja de correr.
Aspira a grandes bocanadas todo el aire que le exigen sus pulmones y se
vuelve para mirar atrás.
Los caminantes no han alcanzado todavía el punto
más alto de la rasante, por lo que no se les ve.
Se siente mareada, pero logra ver el frasco, un punto blanco resaltando en la
oscura carretera. En sus pensamientos hay un fuego cruzado de intenciones.
“Tienes que recuperarlo”
“Tienes que recuperarlo”
“No, huye, sigue corriendo”
“Ve a por él, rápido”
“No, no pierdas más tiempo, vuelve con aquella
gente”
Finalmente arranca a correr hacia el frasco.
Durante ese trayecto de vuelta hasta el preciado envase ocurren dos cosas al mismo tiempo: la lluvia empieza
a remitir y los primeros caminantes asoman al llegar a la parte alta de la
rasante.
Nerine cae de rodillas junto al frasco, lo coge con fuerza, se levanta y vuelve a
correr con sumo esfuerzo.
Siente
que el corazón se le va a
salir del pecho y la visión se le vuelve
borrosa. De repente un fuerte pinchazo
le atraviesa la pierna izquierda desde la cadera hasta el muslo.
Tiene que parar, no puede continuar. Jadea con las
manos apoyadas en las rodillas
aspirando todo el aire que puede.
El macabro clamor de la jauría de muertos suena
cada vez más cerca a sus espaldas.
Nerine no cree poder alcanzar a la gente del
Mustang. Corre a pequeños saltos, sin poder apoyar en el suelo la pierna
izquierda, que se ha quedado paralizada.
Las nubes empiezan a dispersarse y la luz poco a
poco se va imponiendo en ese mar de niebla. Nerine logra ver el rojo brillante
del Mustang parado al principio del camino y ruega a todos los ángeles del
cielo que la ayuden a alcanzarlo.
Si Fran ha dejado el coche abierto quizás consiga
salvarse.
Si lo encontrara cerrado, tratará de meterse debajo.
“Y que sea lo que Dios quiera”, piensa,
sollozando, sin dejar de avanzar.
…................................................................
Con un hacha ligera de mango de aluminio, Holden
recorre la aldea bajo la lluvia. La neblina ha descendido y todo parece haberse
tornado de un blanco húmedo.
Se refugia bajo la gran higuera, junto a los
corrales, desde donde puede observar otras casas. No consigue oír más que el
tamborileo de las gotas sobre las anchas hojas y el borboteo de la pequeña
corriente que discurre camino abajo.
Por fin vislumbra el lugar de donde procedía la
gran columna de humo que el repentino chaparrón ha terminado de borrar.
Los restos de leña quemada hacen evidente que
alguien más debe de haber por allí y Holden
se afana por encontrarlo.
Vuelve a escuchar ese sonido que parece proceder
de la casa contigua a la suya y piensa que no es posible que en tan solo unas horas alguien haya conseguido
alterar tanto la paz de aquel lugar.
“¡Quién mierdas hay por aquí!”- musita furioso- La
familia estaba encerrada. ¡Ni siquiera se les oía! ¿Quién coño les ha
despertado?”
…...................................................
Pepi y Anasister
están comiendo en silencio, mirando las brasas de la chimenea,
cuando les
parece escuchar un grito en la distancia.
- ¿Has oído? - exclaman al mismo tiempo.
- Perfectamente- contesta Pepi muy alterada- Ha
gritado una mujer.
- ¡Calla! Creo que sigue gritando...
- ¡Está llamando a alguien!
….......................................................
Holden se encuentra a pocos metros de la casa en la que se han
refugiado Pepi y Anasister. Ha logrado ver el tenue humo que el viento disuelve
cuando asoma por la chimenea, y con paso decidido se dirige hacia la puerta.
Estando delante y dispuesto a llamar,
oye gritar a Ángeles y no duda en correr inmediatamente hacia su casa.
Baja por el camino a grandes zancadas, pero ha de
frenar en seco cuando se encuentra con lo que él llama “la familia” en mitad
del camino.
Como una procesión macabra, varios caminantes se
dirigen hacia donde han oído gritar.
- ¡¡Holden!! – le llama Ángeles desde la puerta al verle
– ¡Han salido de esa casa!
- ¡Cierra la puerta, Ángeles! - exclama
- ¡No te arriesgues, por lo que más quieras! -
responde ella.
Holden cuenta rapidamente el número de aquellos
abominables seres. Parece que hay entre diez y doce adultos, más dos niños. Observa cuáles son
más corpulentos y cuáles parecen más fáciles de eliminar. Visualiza un lugar
donde refugiarse si las cosas se tuercen, pero está convencido de que puede
acabar con todos.
Hace girar el hacha en el aire antes de gritarles.
- Eh, malnacidos, ¿qué se os ha perdido por aquí,
inútiles?
Todas las cabezas se vuelven hacia él.
…................................................................
- Ahora es un hombre el que grita – exclama Pepi,
asustada – Se le nota enfadado.
- O asustado – dice
Anasister - Ven, vamos a subir al
piso de arriba y mirar desde allí.
Ambas suben atropelladamente. En una de las
habitaciones hay una ventana pequeña con vistas
al prado y al río. Desde ella se ve parte del camino que recorre la
aldea, pero no logran ver a ninguna persona.
- Abre la ventana, seguro que le oímos mejor.
…............................................................
El primero en aproximarse es uno de los niños, que va a un paso más ligero que el resto. Holden lo ve acercarse con los brazos extendidos. Tiene
los ojos hundidos y el cabello ralo
pegado al cráneo. La cabeza se le mueve en movimientos espasmódicos y
parece querer decirle algo que no logra pronunciar y que tan solo queda como un
sonido gutural ahogado.
- Lo siento, chaval – dice Holden, y golpeándole
con el hacha en
la sien le rebana el cráneo
Los dos más próximos son altos y desproporcionados. Holden observa que la ropa les queda muy holgada. Cuando están a su altura Holden
da un salto en el aire y descarga una
patada en el pecho del primero, que cae sobre el segundo, derribándolo. Holden
aprovecha ese momento para hundir su hacha en la cabeza de uno e inmediatamente
en la del otro. Le alivia dejar de oír sus desagradables jadeos.
Holden retrocede y vuelve a posicionarse a la
espera. El hacha asida con fuerza, las piernas ligeramente abiertas y los
dientes apretados, deseando acabar aquello cuanto antes.
…………………………........
- ¡Ya lo veo! – exclama Anasister- ¡Alguien está defendiéndose!
- ¿De zombis? – pregunta desde atrás Pepi, alarmada.
- Seguramente, aunque de momento solo lo veo a él.
- ¡Ay, Anasister! ¿Serán los que había en aquella
casa? ¿Habrán conseguido…?
- ¡Sí, ya los veo!
Uno… Dos, tres, cuatro… ¡Espera, hay muchos! ¡Y el pobre está solo!
…………………………….....
Holden sigue caminando de espaldas y asestando
golpes a los brazos que entran en su radio de acción. En rápidos reflejos
aprovecha cualquier hueco para hacerles caer,
hundiendo el hacha en sus
cabezas.
El otro niño aparece de repente por su izquierda,
pillándole por sorpresa. Holden comete la imprudencia de perderle un momento de
vista para poder situar visualmente a los demás. El niño gruñe y se aferra a la pierna de Holden, quien no tiene tiempo de evitar que le
muerda.
….............................................................
- ¡Le han mordido! – grita Anasister
- ¡No me digas!- exclama Pepi llevándose una mano a
la boca.
- Sí, un niño, en la pierna. ¡Y no se lo puede
quitar de encima! Espérame, Pepi, voy a salir
- ¿Qué? ¡No, no me dejes aquí!
- Tranquila, es para intentar quitárselos de encima.
- Pero no te
acerques – le ruega mientras bajan las escaleras- Si te pasa algo me muero.
Anasister coge un atizador de hierro de la
chimenea.
- Tranquila, Pepi, - dice mirándola, antes de abrir
la puerta- solo voy a hacer ruido para que vengan para acá y ese hombre se
pueda esconder. Los tiene a todos encima.
- Tengo mucho miedo- dice Pepi con ambas manos bajo
la barbilla.
Anasister sale y empieza a gritar.
- ¡Ehh, aquí, venid aquí – les llama. Busca rápidamente algo con que golpear el
atizador y ve en el suelo la chapa de
metal oxidada que les sirvió para encender el fuego. La levanta y la
golpea con rabia.
Holden, apoyado de espaldas en un árbol, ha hundido el mango de su hacha en la cabeza del niño que muerde
con fuerza su pierna. Cuando cae inerte a sus pies lo levanta para lanzarlo al
zombi más próximo , consiguiendo hacerlo caer.
Se aproxima por su izquierda una mujer que
desprende un olor nauseabundo, tiene un
inmenso hueco en el cuello por el que
Holden puede percibir grandes masas de
gusanos en continuo movimiento. Le hunde el hacha entre los dos ojos y, cuando cae, los gusanos se esparcen por el suelo.
- ¡Aquí! - sigue gritando Anasister- ¡Venid aquí,
asquerosos!
- Vaya- musita Holden tras una rápida mirada hacia
ella- por fin aparece alguien.
- ¡Venid, aquí! ¡Aquí si os atrevéis!
Holden retrocede,
acercándose cada vez más a Anasister.
……………………………………...
Fran, Roquito y A.B. están alcanzando la primera
casa de la aldea cuando oyen gritar a alguien muy cerca.
“Venid, aquí! ¡Aquí si os atrevéis”
Paran en seco un par de segundos para mirarse con
asombro, e inmediatamente echan a correr
hacia el lugar de donde procede la voz , que a Fran le ha parecido muy
familiar.
Enseguida la ven de espaldas. Está mirando hacia
un grupo de caminantes que se aproximan a ella.
- ¡Es tu hermana! – grita A.B.
- ¡Anasister! – la llama Fran eufórico.
…………………………………………
Carlos conduce por el camino hacia la carretera.
Ha cesado de llover y por fin las nubes empiezan a retirarse para dar paso al sol. En aquella atmósfera de
siluetas difusas, las grandes flores de colores que decoran la autocaravana parecen querer proclamar su
alegría entre tanta languidez.
La lluvia ha sido muy abundante y la tierra se ha
ablandado mucho en algunos tramos, donde las ruedas de la roulotte patinan
levemente .
- Solo faltaría que nos quedáramos atrapados en el
barro ahora – murmura Carlos aferrando con fuerza el volante.
- Es verdad, se ha puesto fatal el camino - dice Montse.
- ¡Venga, venga , - suplica Carlos al vehículo - que
la carretera está ahí mismo!
- ¿Por qué no te sales del
camino? - propone Montse, sentada junto a él – Está demasiado encharcado por aquí.
- Creo que sería peor, aquí la tierra está
prensada. Pisar esos campos sería hundirnos seguro.
Al aproximarse a la carretera descubren que el
agua cubre totalmente el hueco del arcén y discurre en turbia corriente.
- ¡Maldita sea! - exclama Carlos- ¡A saber la
profundidad que tiene eso!
Montse se vuelve para mirar a Ana Bohemia, que,
sentada en cuclillas sobre la cama, continua haciendo trazos en una lámina.
- ¡Tenemos problemas, Anita! - le dice
Ana levanta la vista y después alza los
hombros, pidiendo una explicación.
- ¡Nos hemos encontrado un río! ¿Tienes una barca
por ahí?
- Pues mira, no – responde sonriendo- pero os puedo
hacer un barquito de papel.
- No nos queda otra que arriesgarnos – decide
Carlos, que aprieta el acelerador con la intención de rebasar rápidamente
el tramo de agua y alcanzar la carretera.
La caravana entra en el charco aparatosamente, levantando olas a ambos lados. Carlos vuelve a hundir el pie
en el acelerador y las ruedas delanteras de la roulotte consiguen superar el desnivel y el vehículo salta a la
carretera. Inmediatamente después, las
ruedas traseras se hunden en la corriente. Carlos repite la operación, pero las
ruedas patinan y escuchan el golpear de pequeñas piedras en los bajos del
vehículo.
Maldita sea – farfulla Carlos, que vuelve a pisar
el acelerador a la vez que mueve el volante hacia uno y otro lado.
Las ruedas han erosionado el terreno embarrado y no encuentran
lugar donde apoyarse.
¿Y si vuelves para atrás? – propone Montse.
Tras varios intentos marcha atrás, Carlos consigue
que las ruedas posteriores salgan del barrizal sin que las delanteras vuelvan a
caer en la corriente.
- Bueno, algo es algo – dice Montse - ¿Y
ahora qué?
- Esperad un momento – dice Carlos abriendo la puerta. Desciende de la caravana y empieza a buscar piedras grandes que va
cogiendo con ambas manos y echándolas en
el charco bajo la roulotte. Después de repetir varias veces la operación, restriega las manos en el pantalón y sube al vehículo.
- Agarraos, que vamos a salir de esta - exclama aferrando el volante.
Y acelera.
Carlos no puede imaginar que en solo unos segundos
todo va a cambiar. No es consciente de que la fatalidad puede salir al paso
hasta en las circunstancias más sencillas y en apariencia menos peligrosas.
Las ruedas traseras vuelven a entrar en la riada, pisan las piedras y las hunden en el fango. Las
delanteras giran en una brusca maniobra de Carlos, al mismo tiempo que
vuelve a acelerar para salir de allí.
El vehículo salta
a la carretera con un movimiento semicircular, pero a tanta velocidad
que a Carlos no le da tiempo a enderezarlo y no puede evitar enfilar de nuevo
el desnivel del arcén. En otro giro de
volante para evitar salirse de la carretera
solo consigue que la parte posterior de la autocaravana se tambalee
hacia la derecha con tanto ímpetu que el vehículo vuelca en el enfangado
arcén.
Y caen con un golpe espantoso.
………………………………………………..
Anasister se vuelve y durante un instante no es
capaz de reaccionar ante lo que ve.
- ¡¡Fran!! ¿Cómo es posible? – suelta el atizador y
corre a abrazarle.
Roquito y A.B. comprenden que Anasister estaba en
una situación muy delicada, tratando de ayudar a un hombre al que rodean varios zombis.
A.B. recoge el atizador del suelo y se acerca
decidida al muerto que más cerca ha llegado.
Roquito evita a los que dos que suben hacia allí y
va directamente a hundir su Lucille en
el cráneo del más corpulento, que ha hecho caer a Holden. Le
golpea con tanta furia que separa en dos partes su cabeza y un líquido negruzco le salpica a Holden en la cara.
- ¿Estás bien? – le pregunta mientras atraviesa la barra en la cabeza de
una mujer que arrastra por el suelo una polvorienta falda negra .
Desde el suelo, Holden ve caer de rodillas al último caminante, con una enorme grieta en la frente por la
que escapa su masa
encefálica.
- Creo que sí- dice resoplando- Habéis aparecido en
el momento justo.
- Soy Roquito- le dice extendiéndole la mano.
- Holden- le
saluda apretándola con fuerza.
……………………………………………………………..
- ¿Estáis bien? – pregunta Carlos intentando
incorporarse
- No mucho- se queja Montse- me duele la pierna. Ay, Carlos, ¿puedes quitarte de
encima? Me he dado un golpe en la cabeza
también.
- Ana, ¿estás bien? – grita Carlos esforzándose en
pasar por entre los dos asientos hacia la parte posterior.
- Bohe, cariño – dice Montse con lágrimas de dolor -
¡Qué susto! ¿verdad?
Carlos camina hacia ella. La ve echada sobre una
de las ventanas.
- ¡Ana! - se apresura a llegar a su lado- ¡Dime
algo, Ana!
- ¡Ay, Carlos!- musita Montse desde su asiento -
¡Dime que está bien!
Carlos le busca
el pulso y no lo encuentra.
Al volcar la caravana, Ana Bohemia se ha dado un
fuerte golpe en la sien con la manivela de la ventana.
- ¡Carlos! – dice Montse angustiada- ¡Dime cómo
está!
Carlos
levanta a Ana con delicadeza para abrazarla.
Debajo de ella hay varios lápices de colores y a
su lado una cuartilla con un dibujo.
Es el dulce rostro de una chica con una guirnalda
de flores en el pelo y una bonita
sonrisa.
“Me encanta, Ana” – le susurra al oído sin dejar
de abrazarla. “Tiene la misma sonrisa que tenías tú cuando te conocí”
Montse oye llorar a Carlos y empieza a rezar por su querida amiga.