El mal humor de Nerine se fue disipando conforme la ciudad iba quedando
atrás. De hecho, en cuanto dejó de ver
los últimos edificios en el retrovisor, empezó a sentirse eufórica.
Thomas, que siempre admiró la positividad de su mujer, la miraba con
preocupación. Conducía con esa mirada risueña que no la abandonaba, pero le
hubiera gustado encontrar en su rostro algún signo de preocupación, se hubiera
sentido más tranquilo percibiendo en ella el mismo miedo que él tenía. Mientras a él lo invadía la angustia ante la incertidumbre, ella
sonreía con gozo, como si hubieran salido a pasar un fin de semana en la playa.
Nerine notó que Thomas la miraba.
- ¿Estás mejor, darling?- dijo poniéndole una mano en la pierna.
- Un poco mareado todavía. Y me empieza a doler la cabeza.
- Oh, Thomas, estoy tan contenta de que estemos vivos los dos. ¿Te has
dado cuenta... te has dado verdadera cuenta de que hemos sido elegidos? Dios
podía haber hecho desaparecer al mundo entero, ¡pero, míranos, aquí estamos!
Thomas evitó decir lo que le vino a la cabeza, sin embargo se
sorprendió a sí mismo al oírse en voz alta.
- También esa pobre mujer es una elegida entonces. Y la has abandonado.
La amplia sonrisa de su mujer se replegó de inmediato.
- Oh, Thomas, no he hecho más que tratarla como merecía. El perro herido
no debe morder jamás la mano de su salvador.
- ¡Pero la has dejado sin sus cosas!
- ¡Le servirá de escarmiento!
- Ni siquiera sabemos si habrá podido entrar en su casa – decía Thomas
con los ojos cerrados, masajeándose las sienes- Eso es cruel.
- Escúchame, Thomas, siempre me has reconocido un sexto sentido para
tratar con las personas. Te digo que con esa chica habríamos tenido muchos
problemas. Había algo muy extraño en ella. La estuve observando, ¿sabes? Hubo un momento... No pretendía decírtelo,
pero...
- Pero qué.
- ¡Ella es la que te ha hecho sangrar!
- Pero qué estás diciendo, Nerine
- Créeme, Thomas, cuando estaba hablándole... ella cerró los ojos y te aseguro que
fue como si entrara en trance... luego abrió los ojos y me miraba ¡pero no me
veía! ¡Estaba concentrada en hacerte sangrar!
- ¿A mí? ¿Por qué a mí?
- Bueno... disparaste a su marido. Y a sus hijas.
- Pero...
- Bueno, claro, tú mismo viste que es tan absurda que no quería aceptar
la realidad.
- No sé, querida, no me parece que...
- ¡Bah, olvídala, Thomas, era una desagradecida! ¡Créeme!
Quedaron unos segundos en silencio.
La carretera estaba completamente despejada. No habían visto movimiento
humano ni de ningún otro tipo desde que se pusieron en marcha.
- Y esos poderes que dices que tiene... ¿llegarán hasta aquí? - dijo
Thomas presionándose la nariz con los dedos – Porque estoy sangrando otra
vez...
…............................................
Cuando el motor dejó de oírse, María José fue consciente
del peso del silencio a su alrededor.
La quietud era tal que hasta el sonido de sus pasos se magnificaba.
Su primer instinto fue descalzarse,
y comenzó a caminar despacio, pegada a las paredes de los edificios.
Se detenía ante el más leve sonido.
Primero fue el aleteo de un toldo que
rozaba la barandilla de un balcón.
Después le sobresaltó un chirrido. Era la puerta de un edificio que se
abría y cerraba al capricho de las corrientes.
Al acercarse a una
esquina escuchó un ruido de golpes y volvió a detenerse.
Era un ruido hueco, agitado y desconcertante que se escuchaba a
intervalos.
Vio entonces cruzar por la calle una rata enorme que cruzaba la calle y se
ocultaba en un contenedor volcado.
Escuchó el chillido del animal y de nuevo ese ruido
arrebatado. Allí dentro debía de haber más de una rata.
A pocos metros de su casa, María José se detuvo en seco.
Había un hombre arrodillado junto al cadáver de su marido.
Pensó que alguien se había apiadado de él y se
disponía a llevárselo de allí para enterrarlo. Incluso le pareció que aquel
hombre lloraba.
Pero ver su cara manchada de sangre le bastó para comprender que era un
resucitado gruñendo ante el festín.
María José contuvo las ganas de gritar, de
gritar por aquel horror y por su impotencia para detenerlo.
Sin embargo no quería esperar a que aquel muerto terminara de saciarse
y se marchara. Estaba oscureciendo y necesitaba refugiarse en su casa.
La rabia acumulada le dio fuerzas para acercarse al contenedor y golpearlo con furia con los zapatos que llevaba en la
mano.
El ruido rebotó con fuerza en toda la calle. Del interior salieron cuatro ratas en estampida.
Notando el latido del corazón en las sienes, María José se agazapó
detrás del contenedor para observar al devorador. Se había levantado pero no dejaba de masticar. Miró hacia donde ella se encontraba y
comenzó a acercarse con paso tambaleante. En una mano llevaba un largo
intestino que arrastraba por el suelo.
A María José la tranquilizó
comprobar la lentitud de los movimientos del muerto.
Pensó que en cuanto se alejara de la entrada correría sin problema para dejarlo
atrás. El caminante se encontraba cada vez más cerca y ella ya estaba dispuesta a
levantarse y sobrepasarlo sin acercarse siquiera.
Cuando al fin se decidió, una mano le agarró el pelo.
Al volverse aterrorizada se encontró cara a cara con otro devorador al
que no había oído llegar.
Detrás de él se acercaban algunos más.
…................................................................
Nacho dio los últimos martillazos a la tubería. De entre
los cientos de barras metálicas que había entre toda aquella chatarra, se
decantó por una especialmente dura y ligera, que tenía un extremo en forma de
L. En los huecos de cada extremo
introdujo una pieza de acero rematada en punta y las fijó aplastando el tubo
con una maza.
Un mortecino resplandor anaranjado era la única luz que quedaba en el
horizonte y desde aquella altura Nacho se estremeció al mirar al firmamento.
“¿Qué significa para el Universo- se preguntaba- toda esta
devastación en la Tierra? Nada. Absolutamente nada. Todavía queda alguien para
hacerse preguntas, pero si tampoco yo existiera, el Universo seguiría su
curso. Y amanecería y anochecería todos
los días, aunque no hubiese nadie para verlo”.
Comenzó a caminar hacia el coche. Le habría
gustado probar la barra, ejercitarla a modo de lanza o hacha con los bidones vacíos que
había por allí, pero le pareció muy arriesgado hacer más ruido y más aún quedando tan poca
luz.
Entró en el coche y quedó un instante en silencio, mirando el ocaso.
“Todo sigue siendo tan bello...”
Giró las llaves del contacto y los faros iluminaron unas pilas de neumáticos. Nacho se quedó
observando el haz de luz porque le pareció que algo se había movido detrás de las altas columnas.
Esperó unos segundos, pero viendo que todo continuaba estático arrancó el
furgón.
Y entonces apareció en medio del resplandor. Era un perro.
Un chucho pequeño y famélico que se acercaba con la cabeza gacha.
Abrió
la puerta y silbó para llamarle. El perrillo se acercó y a Nacho le conmovió el
contraste entre su mirada profundamente triste y el vivo movimiento de su cola.
- Pero muchacho, - le dijo acariciándole la cabeza- ¿qué haces tú aquí?
¿Te vienes conmigo?
Cuando Nacho descendía por las amplias curvas hacia la ciudad, el
perro, acurrucado a los pies del asiento
delantero, seguía mirándole con ojos cansados y tristes.
- Me pregunto cómo habrás hecho para sobrevivir todo este tiempo.
Le escuchó un débil gemido.
- ¿Sabes? Me alegro de haberte encontrado. Al menos no miraré las
estrellas yo solo.
El animal apoyó la cabeza sobre sus flacas patas y
cerró los ojos.
…...........................................................
Nerine simulaba estar dormida pero observaba a su marido.
Después de casi dos horas conduciendo, habían abandonado la carretera
principal para detenerse en un descampado. Cenaron dentro del coche, casi a
oscuras, pues la luna no era más que un fino arco desvaído entre nubes grises.
Reclinada tras el volante y tapada con una fina manta miraba al
exterior. Había visto cómo Thomas, intentando no hacer ruido, salía del coche y empezaba a caminar en un
amplio círculo alrededor del vehículo.
“Sigue nervioso” – pensaba. “Ningún lugar le parecía seguro para parar.
He de hablarle más, transmitirle tranquilidad. No comprendo tanta preocupación en él.
No se da cuenta de que no hemos llegado hasta aquí para nada, que Dios nos tiene
reservado algo importante... Pobre Thomas, tan acostumbrado a sus rutinas... No
está preparado para este cambio. Quisiera pedirle que venga a dormir pero
quizás sea mejor que se canse un poco. Yo... estoy agotada”
La cabeza de Thomas era un remolino de ideas cruzadas que saltaban
sobre él igual que los pequeños insectos que
abundaban entre aquella reseca hierba.
No encontraba la forma de trazar un plan para el futuro, ni siquiera
para el más inmediato, pues por más que se esforzaba en concentrarse, las ideas
iban de un lado para otro sin detenerse en ningún punto.
“No hay luna en el
cielo, se ha marchado, no quiere ver tanta desolación.”
Sabía que necesitaba descansar, pero era incapaz de dormir.
“No soy el
mismo. Nunca volveré a ser el que fui”.
Sabía que era indispensable hacer un acopio de víveres, pero no soportaba la idea de un porvenir tan
triste.
“Mañana buscaremos un lugar con río, aunque ¿para qué?”
Y si hubiera quedado él solo...
Pero estaba Nerine.
Nerine y su fe: “Nos queda algo
grande por hacer, Thomas. Dios nos lo hará saber.”
Nerine y su optimismo: “Mira cuántos pájaros, Thomas. Lástima no llevar
una cámara de fotos".
Nerine y su dependencia: “Prométeme que no me vas a dejar nunca,
Thomas. Prométemelo.”
“Allí está, durmiendo en el coche, como si no supiera que en la oscuridad
acechan todos los peligros. O tal vez sí lo sabe, pero no le preocupa. Es como
una niña. Siempre lo ha sido. Como la niña que se sabe segura si está su padre
cerca. Pero yo no soy su padre, no soy capaz de protegerla. Ni siquiera yo le
soy imprescindible. Ni siquiera... No puedo más, este dolor de cabeza me va a matar...”
Sin saber por qué, totalmente ajeno a su voluntad, encaminó sus pasos
hacia el coche.
Nerine vio el resplandor de la linterna agrandándose en el cristal pero
siguió haciéndose la dormida. “Por fin vuelve para descansar”, pensó.
Cuando estaba cerca, la luz empezó a parpadear. Entornó los ojos y vio cómo
Thomas agitaba la linterna con nervio.
“¡Maldita sea! - le oyó gritar - ¿Se va a aquedar sin pilas ahora? ¿Por
qué? ¿¿Por qué??”
Nerine se decidió a bajar del coche y entonces le vio avanzar hacia
ella enfurecido
- ¡¡Qué haces, loca!! ¡No bajes! ¡¡Es muy peligroso!!
- Pero Thomas...
- ¿¿Cuándo, cuándo te vas a dar cuenta de que el mundo se ha ido a la
mierda?? - le gritaba fuera de sí.
- No, darling, entra al coche y hablemos.
- ¡¡No quiero entrar, tengo que vigilar, pero esta puta linterna se queda
sin pilas!! ¡¡Eres tú la que te vas a meter en el coche!!
Nerine se quedó quieta, sin saber cómo actuar y Thomas la agarró de un
brazo y la sentó a la fuerza.
Con unos ojos muy abiertos, como jamás le había visto, y con la cara
pegada a la suya le escuchó decir:
- Quiero que tengas miedo, ¿entendido? El mundo está ahora lleno de
monstruos que quieren hacernos daño. ¡No lo vayas a olvidar nunca!
Nerine metió el pie un segundo antes de que Thomas cerrara la puerta
con tal violencia que el vehículo se balanceó.
Se quedó mirando a Thomas con una mezcla de desdén y
compasión. Él seguía agitando la linterna y viendo que la débil luz se apagaba
definitivamente, la estrelló con rabia
contra el suelo. La nariz le volvió a sangrar.
Se echó las manos a las sienes para inmediatamente después, ciego de
dolor, abrir la puerta y abalanzarse al cuello de su mujer. Le apretó la
garganta con la misma fuerza que el martillo
que golpeaba dentro de su cabeza. De repente lo había visto claro, si le
quitaba la vida ya no habría nada por lo
que sufrir. Tenía que matarla para liberarse.
Sin dejar de aferrarle el cuello la sacó del coche y la empujó
violentamente contra el lateral del vehículo. Apretaba la carne de su cuello y
la sentía frágil entre sus dedos. La
sangre que manaba de la nariz se le metía en la boca y él la escupía sobre el
rostro de Nerine, que parecía resistirse a dejar de vivir. Vio una roca en el
suelo y empujó a su mujer sobre ella
para golpear su cabeza contra la piedra una y otra vez.
Quedó arrodillado en el suelo, resoplando durante mucho tiempo, con la húmeda frente sobre
la tierra.
Finalmente miró entre sus manos y no había nada.
Nerine seguía dentro del coche.
- Oh, Thomas – le dijo ella con voz suplicante tras bajar la ventanilla -
entra en el coche, my dear. No sé por qué no lo he pensado antes. Tengo algo
que te irá muy bien.
…...........................................
En adelante, María José recordaría con repugnancia ese primer contacto cuerpo
a cuerpo con un infectado.
El primer impulso fue deshacerse de
él con un fuerte empujón. Le sorprendió comprobar lo poco que pesaba pues le
hizo caer al suelo con facilidad. Pero ella cayó con él, pues aquella zarpa descarnada que la agarraba del pelo no la soltó.
Sabiendo que tenía que evitar que le mordiera inmovilizó la cabeza del zombi sujetándolo por debajo de la mandíbula. Los dedos se hundían en aquella piel viscosa pero
soltarla era lo último que haría.
Con la otra mano se afanaba por soltar su pelo de esos huesos ganchudos
que la tenían presa.
Durante unos segundos pensó que aquel era su final, que moriría en la
calle en la que había vivido, cerca de sus seres queridos. Sin embargo algo en
su interior rechazaba esa posibilidad. Ella
había visto a Nacho llegar a su casa, había visto su abrazo. ¿Era posible una premonición errónea? ¿Tenía algún
sentido haber visto algo que no ocurriría?
Los zombis estaban tan cerca que uno se arrodilló con la boca abierta
para intentar morderle una pierna. María José
encogió las piernas conteniendo un grito. Tiraba con fuerza de la mano
que la sujetaba, sintiendo cómo se arrancaba un mechón de pelo. El
apestado que buscaba su pierna caminó a cuatro patas hacia ella y María José se
defendió dándole
una patada en la boca. Pero era ya imposible evitar a los otros zombis
que también se lanzaron a morderla. Supo que lo único que podía hacer era
levantar la cabeza con todas sus fuerzas. El pelo se desprendió del cuero
cabelludo pero el alivio de poder levantarse fue mayor que el dolor que le
produjo.
Con la velocidad que nace del deseo de sobrevivir a toda costa, sorteó
los brazos de los zombis y se parapetó detrás de otro contenedor.
Los muertos se incorporaron para seguir tras ella y entonces María José
empujó aquel enorme recipiente hacia el centro de la calzada para después
hacerlo rodar contra aquellos cuerpos
carroñosos.
Aprovechó que el impacto frenaba a tres de ellos para correr hacia su
casa, y al llegar a la puerta del edificio la encontró cerrada. Se irritó por
su falta de previsión y echó a correr para escapar de aquellos apestados, que de nuevo se
aproximaban con los brazos extendidos.
……………………………………………
Nerine le secaba la frente a Thomas
con una toalla. Había conseguido que él volviera a sentarse en el coche. Por
fin parecía agotado y con ganas de dormir y le estaba dedicando toda su
atención con mimos y sonrisas.
- Thomas, ¿vas a obedecerme si te pido una cosa?
Él la miró como si fuera una aparición, como si estuviera contemplando
un milagro de la vida. En su mente había matado a su mujer y lo había hecho con
saña y sin sentir la más mínima compasión. Sólo lo había imaginado, sin embargo
ahora no temía volver a imaginarlo sino llevarlo a cabo realmente.
- Dime, ¿me vas a hacer ese favor, Thomas?
Asintió sin escuchar realmente lo que ella le decía.
- Bien, te voy a dar un jarabe. Toma, cógelo.
Él se quedó mirando el frasco que su mujer le ponía entre las manos.
- ¿Qué es?
- Tú tómatelo. Me lo has prometido.
- ¿Para qué es?
- Ten fe.
Él se lo llevó a los labios y dio un pequeño sorbo.
- Todo. Tómatelo entero – dijo ella.
………………………………………………
María José estaba hambrienta y cansada. Había conseguido encaramarse al
balcón de un primer piso gracias a la pequeña palmera del jardín delantero. La oscuridad era completa y no se sintió capaz de entrar en aquella
vivienda por miedo a que pudiera haber algún ser dentro.
Sentada en el suelo se envolvió en una cortina de plástico que cubría
un viejo electrodoméstico allí arrinconado. Empezaba a bajar
la temperatura y la cortina la resguardaría de la humedad.
El agotamiento empezó a invadirla y con la primera cabezada comprendió que
tenía miedo de dormirse. La nueva habilidad
que había descubierto en ella la inquietaba y no se atrevía a averiguar
hasta dónde podría llegar.
Al mismo tiempo temía que ese extraordinario poder
tuviera que ver con el virus que había aniquilado a la humanidad y se
preguntaba si las visiones dañarían de alguna forma su mente.
Pero, a pesar de sus temores, sabía que terminaría durmiéndose, por lo
que finalmente se abandonó al sueño.
Poco después despertó. Una potente luz le había atravesado los párpados.
Vio un coche en la calle con las luces apuntando hacia ella.
Nacho estaba asomado a la ventanilla.
“¿Pero qué haces tú aquí? – le oyó decir- ¿Te vienes conmigo?”
Ella quiso decir que sí, pero no conseguía abrir la boca.
“¿Sabes? – siguió hablando Nacho- Me alegro de haberte encontrado. Al
menos no miraré las estrellas yo solo.”
Entonces Nacho arrancaba el coche para marcharse y ella sentía terror por quedarse sola.
Sin dudarlo se encaramó a la barandilla y saltó con los brazos
extendidos.
………………………………………….
Una pequeña vela iluminaba el interior del furgón. El perro no
comió nada hasta que terminó toda el agua que Nacho le había puesto en un
recipiente.
- ¡Pobrecillo! – le dijo mientras lo observaba- ¡Si debías de estar a
punto de morir de sed!
Después comprobó con regocijo que se relamía devorando unas magdalenas
bañadas en almíbar.
- Qué, muchacho, hacía tiempo que no probabas algo tan rico, ¿eh? No
debería darte algo tan dulce, pero de momento no tenemos otra cosa.
Nacho preparó sus mantas en la parte trasera del furgón y colocó otra
para el nuevo compañero que parecía mirarlo con ojos de verdadera devoción.
- Sí, ya lo sé, me debes la vida y no sabes cómo agradecérmelo, ¿eh?
Bueno, de momento vamos a intentar dormir, que está la noche muy oscura y ya no
podemos hacer nada de provecho.
El perro lo
miró como si deseara entender aquella verborrea en la
que tan buenas vibraciones captaba. Se relamía repetidamente y se acercó
a Nacho agitando la cola.
- No, aquí, en esta manta de aquí, ¿vale? ¡Ven, ven aquí!
El perro entendió pronto que aquel era su lugar para descansar y una
vez echado allí comenzó a bostezar. Unos minutos más tarde, el animal se quedaba
dormido. Nacho se aproximó a la vela y la
apagó de un soplido.
La respiración del animal era lo único que se oía en aquel silencio y
una débil luz llegaba a través de los cristales de la cabina. Nacho se durmió
pensando en que necesitaba conseguir dentífrico y más velas. Y que al día
siguiente decidiría hacia qué lugar marchar.
En mitad de la noche despertó de golpe.
No hubiera sabido determinar si fue una voz, una imagen, un recuerdo,
una llamada… Lo único que tenía claro es que había despertado con un nombre en
la mente: María José.
Nota: La elección del arma (foto) y la forma de construirla es la colaboración que pedí a Nacho. ¡Deberes cumplidos!